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El Dermatólogo del siglo XXI

Publicado en El Dermatólogo. 2009; número 19: página 5.

Según el abogado y escritor romano del siglo II, Aulus Gellius, el médico completo es el humanista, o lo que es lo mismo, el que está capacitado en las tres dimensiones básicas del ser humano: paideia (educación), philanthropía (empatía) y techné (competencia técnica).

Estoy de acuerdo con el clásico, y creo firmemente que la historia no se confunde: son cualidades inmutables, perennes, imprescindibles en la esencia idiosincrásica del médico de todos los tiempos.

Así pues, el médico de entonces y el de hoy, el dermatólogo del siglo XXI para mayor concreción, necesita una formación al estilo renacentista, polivalente y llena de conocimientos diversos. Ya no es posible ser buen especialista si solo se han recibido enseñanzas de Dermatología Médico-quirúrgica. El programa de la formación incluye al presente los temas necesarios para llegar a ser experto en técnicas preventivas y estéticas que consigan mejorar la apariencia de la piel, tal como los cánones sociales actuales demandan. Es inexcusable además, ser suficientemente hábil para recorrer los mundos de Internet con soltura; poseer al menos un baño básico en inglés, y si es posible en alguna otra lengua; uno que otro curso de gestión para optimizar recursos no debe faltar; resulta conveniente una discreta instrucción en oratoria para participar dignamente en congresos y tal vez en medios de comunicación; parece adecuado alcanzar nociones de documentación para elaborar currículos, instancias y solicitudes de trabajo de forma lucida; esencial poseer más que rudimentos de Derecho Médico para estar a gusto con las leyes sanitarias y a resguardo de posibles demandas, y ¡cómo no!, todo ello aderezado con unas nociones de marqueting imaginativo para optimizar los recursos más o menos abundantes de los que se dispone.

Pero ¿a qué se refería Aulus Gellius cuando hablaba de “educación”? Pues seguramente a la cortesía, la urbanidad, la corrección en el trato y el civismo. Educación manifiesta en una apariencia limpia y un cuidado externo próximo a la elegancia; un comportamiento considerado con los compañeros y subalternos; un lenguaje ordenado, sereno, riguroso, sin altisonancias o improperios; puntualidad, solvencia, formalidad, respeto hacia si mismo y hacia el entorno. Lo que decíamos: educación.

Y llegamos por fin al tercero de los elementos: la empatía. ¿Se han dado cuenta que la palabra original “philanthropía” se desmenuza en dos, philos que quiere decir amor, y ánthropos que significa hombres?

Dejémonos pues de eufemismos. El tercero de los arbotantes que sustentan el edificio de un dermatólogo del siglo XXI bien construido en el amor. Amor al prójimo a veces indefenso, a veces querulante; a menudo disciplinado, frecuentemente insumiso; en ocasiones agradecido, de vez en cuando injusto; por momentos resabiado, casualmente confiado; impensadamente emocionado, de repente desabrido… Amor, si, porque no estamos hablando de equidad, sino de perfección.

Así pues queda dicho como ha de ser el dermatólogo ideal del siglo XXI. Difícil ¿verdad? Pero todo es atreverse. Y si están asustados, no lo digan.

Porque otros, que no saben que es imposible, llegarán a serlo.


Puntadas con hilo
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