El futuro nos tortura y el pasado nos encadena.
He aquí por qué siempre se nos escapa el presente
Gustave Flaubert
Sentada en un velador, mirando por la cristalera del antiguo café en el que nos hemos citado, espero. El cielo gris del otoño madrileño parece el fondo de un cuadro de Stephen Sharnoff, encapotado y ceñudo. Un aroma de melancolía se evapora de las tazas calientes. Pienso entonces en la plenitud absoluta de esos minutos de espera. En esa burbuja de tiempo en la que estoy sumergida, en la que entrará mi amiga dulcemente, y en la que nos desplazaremos indolentes y complacidas, absortas en una conversación intrascendente, aprehendidas por la banalidad, mientras el mundo a nuestro alrededor habitado por esclavos del estrés urbano, galopa presuroso y atropellado.
El tiempo. Ese enorme concepto abstracto al que nunca llegamos a comprender. Queremos domesticarle y no se deja. Queremos conocerle y se esconde. Queremos poseerle y se escapa.
En la mitología de la Grecia vetusta, el tiempo, Chronos (Χρόνος Khrónos) era un dios. Surgió, incorpóreo formado por si mismo, y, unido a su compañera llamada Invevitabilidad (Ananké) estableció el universo ordenando la tierra, el mar y el cielo. Y así, se manifestó conduciendo la rotación del cosmos, como una fuerza inexorable, lejos del alcance de nada ni nadie.
Pero hete aquí que los dioses griegos jugaban a ser humanos y a tener hijos. Unos de estos era Kayrós (καιρός, Cairos) que representaba el momento justo, la oportunidad, el tiempo en potencia, atemporal y eterno.
Se que me estoy metiendo en camisas de once varas y en disquisiciones más retóricas que contundentes. Todo por culpa de mi amiga que no llega.
Pero tal vez me explique mejor, si les cuento que Kayrós es un dios tan especial, que es capaz de unirse a otros formando parte de su ser. Así, Kayros puede ser Atenea (inteligencia) y también Eros (amor) e incluso Dioniso (inspirador de la locura y el éxtasis). O lo que es lo mismo: hay un tiempo cronológico, Chronos, cuantitativo, lineal, en el que cada segundo vale lo mismo que el siguiente o el anterior. Es un tiempo gobernado por el reloj. Y hay una vivencia de la calidad del tiempo, Kayrós, medida por lo que aporta dicho tiempo con un valor individual y diferente.
Esto hace que una hora de amor, pueda ser Kayrós, eterna. Y el momento de un pensamiento inteligente pueda ser Kayrós, profundo y permanente. Y la espera en la cafetería mientras llega mi amiga, pueda ser Kayrós, experiencia inolvidable guardada para siempre.
Pienso que hoy, en el siglo XXI, los tiempos siguen siendo dioses. Pero, ¿Cuál es más necesario? ¿A cual adorar?
Si Chronos desfila y Kayros danza, hagamos bailar a Chronos. Saboreemos una luz aprisionada en una esquina. Saltemos sobre los charcos de la lluvia. Cojámonos las manos mientras los protagonistas de la película se besan. Caminemos por el borde de la acera como si paseásemos por el borde de una nube.
Es nuestra oportunidad, nuestro momento, nuestro Kayrós.
Y merece la pena.
¿No creen?
Pues eso.