La promesa de un libro es infinita,
y aunque ha de ser su dueña mi mirada,
acaricio su lomo y su portada
tanteando el placer que se adivina.
En mis manos el libro cobra vida
y no puedo eludir mas su llamada.
No es el título el único que habla.
Habla el autor, -eternamente grita-
para ser redimido de su sueño.
Pero en si, sin quererlo, el libro tiene
un mensaje mayor que el de su texto.
No esta escrito con signos, más se lee.
La mano que lo dio puso su sello.
Y te diré, amigo: es indeleble.