No me extraña tu estatura de gigante
cuando te acojo, hijo mío, entre mis brazos;
ni el contraluz de tus ojos y tus manos,
rudo placer, nuestro encuentro de un instante.
Mil caminos, diez mil sueños a tu alcance,
indecisos van y vienen por tu cuarto.
Juegas con ellos entre inmortal y mago.
Tu barba y tu sonrisa... ¡Que contraste!
Quiero que vueles, y al tiempo arreglo el nido.
Es mi egoísmo consciente y desbordante:
Cada hora pienso en ti. ¡Aún eres mío!
No necesito razones para amarte.
Sobre el bien o sobre el mal, serás mi niño.
¡Tengo el derecho de amor, de cada madre!