Manuel me mira a los ojos.
Mira mis ojos de mujer apenas maquillados, mis ojos de médico ampliados y protegidos por unas gafas de pasta transparente, continuamente inquisitivos, a menudo cansados, casi siempre compasivos, tal vez hoy, algo inteligentes. Mis ojos miopes y asépticos que se enfrentan a diario al código cartesiano de las existencias dañadas, al jeroglífico absurdo de la enfermedad incurable, a las cuartillas emborronadas por el sufrimiento de cada cual.
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