Los ojos de agua de Galeote son espejos transparentes. En el fondo de su mirada se adivinan profundidades misteriosas, fantasías indescriptibles, abismos interminables. Cuando otea el horizonte, apenas perceptible la línea brumosa y ondulada que separa el cielo del mar, todo se tiñe de azul. Azul, azul, azul. El cielo, el mar, sus ojos.
Se podrían pasar horas mirándole mirar: sentado semidesnudo en lo alto del acantilado; el pelo rubio cayendo en madejas de largas rastas sobre sus hombros tostados y todavía femeninos; su cuerpo de prepúber aún minúsculo y lampiño, casi rosado. Parece un extraño ángel sin sexo ni alas preparado para echar a volar, tal vez fatídicamente, de un momento a otro.
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