La literatura científica se recrea a menudo en temas conocidos, comunes, en los que parece haber pocas novedades. El acné, el proceso cutáneo de más prevalencia, y que representa el mayor número de consultas al médico especialista en dermatología, podría considerarse uno de ellos.
Sin embargo, el acné continúa mereciendo toda la atención que la ciencia pueda ofrecerle. Constantemente se postulan originales hipótesis etiopatogénicas, clasificaciones clínicas más amplias, escalas de gravedad más sencillas, implicaciones psicológicas insospechadas… Incluso en el campo de la terapéutica surgen ideas.
Es cierto que después de los importantes avances de las últimas décadas, podría parecer que los descubrimientos en este campo sean escasos. Sin embargo, aunque no hayan aparecido nuevas moléculas, han surgido numerosos cambios. Impulsados por la necesidad de mejorar los resultados terapéuticos han germinado hechos que han modificado las pautas del tratamiento tópico, que han disminuido los efectos secundarios y que han aumentado el cumplimiento de las órdenes de prescripción. En definitiva, se ha conseguido con todo ello una mayor eficacia.
La mayoría de estos cambios se han producido en torno al peróxido de benzoilo.
Desde hace mucho tiempo el peróxido de benzoilo se ha convertido en el tratamiento tópico clásico del acné por excelencia, hasta el punto de que las ventas sin receta están alcanzando en la actualidad el billón de dólares. Su actividad antimicrobiana y queratolítica, junto a la ausencia resistencias pese a su amplísimo uso en monoterapia, le avalan suficientemente.
Pero aun así, ha habido modificaciones que han optimizado su manejo. Por ejemplo el hecho de conseguir un excipiente con mejor tolerancia que aumenta el cumplimiento, como la dimeticona y la glicerina, sustancias con distintos mecanismos de hidratación, que disminuyen de forma sorprendente la irritación, el escozor y la sequedad concomitante. O las asociaciones con otras moléculas que llevan a una terapia combinada con mayores ventajas, como son la rapidez de acción y los mejores resultados en el recuento de lesiones, que rápidamente producen la curación clínica.
Esta última idea se llevo a cabo inicialmente asociando el peróxido de benzoilo con antibióticos como la eritromicina. Pero la formulación debía ser conservada en refrigeración y desechada a los 90 días, lo que suponía un importante inconveniente. La siguiente generación de asociaciones con antibióticos consiguió la unión con clindamicina fosfato al 1% que podía mantenerse a temperatura ambiente.
También se han alcanzado combinaciones del peróxido de benzoilo con retinoides como el adapaleno al 0,1%, aumentando su capacidad queratolítica con buena tolerancia.
En definitiva, la experiencia clínica y los ensayos han demostrado que la terapia combinada es la mejor opción en la actualidad en el tratamiento del acné: combinar el peróxido de benzoilo con otras medicaciones que tengan un mecanismo de acción diferente tales como la clindamicina o el adapaleno. Con ello se potencia su eficacia y se minimizan los riesgos de resistencias bacterianas. Una terapia combinada bien diseñada puede aportar mejoras en la posible sinergia entre los efectos de los productos elegidos
La lectura de las páginas del libro llevarán a un mayor conocimiento de los temas enunciados previamente.