Yo era un escéptico, un impávido.
Nunca creí en lo bueno de la vida.
Todo me causaba enfado, todo inquina.
El mal humor guiaba mi hipotálamo.
Pero un día tembló mi faz de agnóstico,
cuando a mi alcance, una caja de galletas
se mostró ofreciéndose a mi lengua,
como el milagro se ofrece al hombre lógico.
Y aún sin saber, - pues siempre fui estoico,-
apreciar del alimento sus ventajas,
probé, gusté, engullí toda la caja,
presa de desenfreno metabólico.
Empecé a sonreír, tierno y atónito.
La austeridad, dio paso a la vehemencia.
Toda mi vida cambió. Cambió mi dieta.
Ahora soy un estricto galletófilo.