Estoy tan cerca de tu cuerpo descalzo,
desmayado aún sobre la tierra,
que los tréboles nacientes
rozan mi cuello,
se engarzan en mi pelo,
se sueldan con mis labios húmedos todavía.
Una espiga de avena
se curva en el hueco tibio de tu axila.
Tu piel se extiende como una ola,
se expande como una plaga
quebrando
el verde y minúsculo ejercito que me ataca.
Estoy tan cerca de tu calor,
que puedo llenar el cuenco de tu mano
de besos lentos
sin moverme apenas.
Estoy tan lejos,
que los árboles se pierden
y he de entornar los ojos
y hacer que crezcan mis pupilas para distinguirlos.
Estoy tan lejos,
tan lejos,
tan lejos,
que no sé tu nombre.