A ti también te incluyo entre mis sueños
de un Madrid trascendido y arrogante:
Ni calor, ni luz, ni besos al mirarte.
Solo el paréntesis de un Madrid austero.
Alguna vez, aún pude tener miedo
de tus perfiles, de fines anhelantes,
de tus heridas de cemento sangrantes,
amenaza hostil de nunca ser recuerdo.
Pero ya estas aquí, fe y esperanza,
semáforo de Dios nunca en espera,
invitación imperiosa a la templanza.
Pero ya estas aquí firme y serena,
tendiéndonos tu mano de bonanza,
catedral de Madrid, nueva Almudena.