Internet había permitido que aquellos dos tímidos atribulados llegaran a amarse. Los mail transfigurados volaban por el espacio, resonaban en sus oídos, navegaban en sus ojos, encendían su concupiscencia, afianzaban su complicidad.
La publicitada primavera fue el pretexto del viaje. Hallarse cara a cara, la necesidad.
Se miraron, se tocaron, se olieron.
Conjurado el maleficio de la distancia, abrieron sus ordenadores portátiles, y frente a frente, sus dedos crearon melodía sobre él pentagrama del teclado:
De: Alfonso
Para: Sofía
Asunto: te quiero.
Y sordos de si mismos, se siguieron escribiendo por los siglos de los siglos.