Un buen número de los procesos nacidos de la mente se manifestarán en la piel, y otros tantos, viajarán desde la piel repercutiendo en el ánimo. Pero el porqué y el cómo, todavía nos resultan a menudo preguntas sin respuesta. ¿Cómo interpretar aquellos casos en los que no se detecta un trastorno puro mental o dermatológico? ¿De donde proviene el prurito generalizado, ese ardor urente de la boca, aquel dolor cutáneo localizado, la hiperhidrosis o el rubor mantenido sin explicación a la luz de la exploración dermatológica?
El deseo de conocer la causa de las enfermedades mentales es una aspiración todavía insatisfecha. Hoy en día, la psiquiatría ha encontrado un nuevo punto de referencia al contemplar todas las patologías psiquiátricas, como una infeliz conjunción de factores biológicos sobre los que el entorno psicosocial, actúa. Es muy posible que los factores biológicos o psicosociales, junto a un mecanismo de adaptación defectuosa, lleven a desencadenar una respuesta en la piel en lugar de en otro órgano, en individuos predispuestos. La psiconeuroendocrinoinmunología, merced al juego a menudo insondable de citocinas, hormonas y neurotransmisores, intenta descifrar las conexiones biológicas que pueden ser cómplices de estos hechos.