Los auténticos protagonistas de la historia a través del arte de la pintura, no son los estilos, las épocas, los autores, las escuelas, los catálogos... sino los hombres. No la erudición, la contemplación, el simbolismo, la estructura, la técnica, el fragor de los colores... sino la vida mágica y eterna del hombre pintado.
Pero no basta con mirar. Hay que trabajar con los ojos del tiempo. Interiorizar lo que esta enfrente, y verlo hacia dentro. Sentir el calor de la sangre, la fuerza de los músculos, la caricia de las manos, el dolor de las pasiones, la violencia de los gestos. Hay que faenar con el presente y el pasado, hasta agotar los instantes desconocidos, hasta sentir que todo esta iluminado, claro y preciso en la vida del hombre. Hasta el paso minucioso de la enfermedad consustancial a los seres vivos, ha de ser digerido y asimilado. Y ahí nos encontramos con la piel.
La piel, esa cubierta de la que todo emana y por la que todo se conoce, ha servido para reflejar fielmente diferentes condiciones sociales de la vida humana, imágenes de vulgar cotidianeidad, cualidades intimas del carácter de muchos, marcas de identidad de otros, sentimientos, rutinas, desprecios, milagros, rencores, abismos, y hasta sueños y fantasías.
Tal es el caso de La mujer barbuda" de Sánchez Cotán, milagro de la naturaleza y asombro de su tiempo; o el del rinofima del caballero retratado por Holbein, donde la fealdad de una nariz puede ser a la vez la bandera de su arrogancia; o la tiña del niño de “La boda” de Goya, donde se muestra al golfillo feliz con su miseria; o la sífilis congénita de la vieja de “La buenaventura”, recondándonos que cada uno, es cada uno y su circunstancia; o la esclerodermia de la “Cabeza de mujer" de Henry Moore imponentemente fría como el retrato de una escultura; o el acné de la joven del grabado satírico de Paul Gavarni, soñadora ambiciosa de la luminosidad y transparencia de un cutis de ángel; o…
La piel, sana o enferma, joven o vieja. La piel sencilla o compleja, blanca o negra, limpia o manchada, camuflada o reveladora, pero siempre humana